Poblados de Doñana

La reforestación del Entorno Natural de Doñana

Muchas fueron las civilizaciones que fueron dejando sus huellas en Doñana, pero siempre fue la propia naturaleza la que se dibujaba con paisajes de dunas, lagunas y zonas verdes. El gran cambio producido por el hombre llegaría en 1953, de la mano del régimen franquista con la repoblación forestal que sufrió el por aquel entonces conocido como Coto de Doñana, y que posteriormente en 1969 fue nombrado como Parque Nacional de Doñana. Una medida que hacía peligrar todo el ecosistema del lugar ya que se trataba de una gran cantidad de plantones de eucalipto que ponía en riesgo los recursos hídricos subterráneos de la zona.

Cuando se delineó y se acordó el plan de reforestación, uno de los más importantes de la época en toda Europa, encargaron la semilla al probablemente mayor experto de la provincia sobre temas forestales, Don Manuel Martín Bolaños, que habría traído muestras de semillas de eucalipto australiano, de las que 3 lotes de dichas semillas fueron comprados por Gaspar de Lama, jefe regional de Andalucía Occidental en el Patrimonio Forestal del Estado, que ordenó la siembra de una red de arboretos de eucaliptos por las provincias de Huelva, Sevilla, Badajoz y Cáceres. Ni que decir, que gran parte de aquella “materia prima” destinada a la provincia de Huelva acabara en la zona limítrofe del entonces Coto de Doñana.

Con objeto de conocer sobre el terreno estos trabajos, el 18 de abril de 1953, el General Franco (Caudillo de España) aprovecha la visita a Sevilla para desplazarse hasta Doñana, acompañado por Gaspar de Lama. Se trataba de una superficie de 31.000 hectáreas sobre las que hasta entonces se habían plantado 10 millones de eucaliptos y 45 millones de pinos. El Patrimonio Forestal del Estado (conocido en el lugar como “Patrimonio”) ayudó a muchas familias de la zona y foráneas, ya que en estas labores trabajaron un millar de jornaleros venidos desde distintos lugares en busca de un futuro mejor. Se hospedaban junto a sus familias a lo largo de los 10 poblados (algunos extintos en la actualidad y otros ruinosos) distribuidos por la zona de Doñana, y que contaban en algunos casos con sus respectivas capillas y escuelas, lo que hacía presagiar que iban a estar un tiempo considerable.

Con el tiempo, estas plantaciones crecieron y fueron un recurso bastante importante, ya que de ellas se aprovechaba casi todo; su madera se usaba para hacer pasta de papel en la fábrica que se ubicaba junto a San Juan del Puerto perteneciente a la Empresa Nacional de Celulosa (ENCE). Y sus hojas se cocían en calderas para extraer esencias de eucalipto, algo que en la actualidad no se hace por ser más costoso el proceso de extracción que el valor del producto extraído.

Los poblados forestales

En la década de los 50 comienza la reforestación, y con ella la llegada de nuevas familias a la zona del Coto de Doñana, que traían consigo nuevas construcciones de ladrillos. Hasta aquel momento, la construcción tradicional fue la choza. De la decena de poblados, el más destacado fue el de Cabezudos, y el único que se mantiene con vida, el de Mazagón. También podemos citar La Mediana y El Abalario.

 

Texto: Mª Isabel Roldán y Matías Medina. Todos los derechos reservados. Artículo completo y fuentes de información sólo para socios.

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La verdad sobre Carmen, la de Merimée y Bizet (siglo XIX)

Doña María Manuela Kirpatrick, esposa de don Eugenio de Guzmán Portocarrero (conde de, vizconde de, marqués de…) y madre de dos hijas (una, emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III, y la otra duquesa de Alba), invitaba a una cena en su palacio a las personalidades importantes de las letras y las artes que llegaban a Madrid. Cuando supo que había llegado un escritor francés llamado Prosper Merimée, antes de invitarlo pregunto:

  • Y este Merimée ¿es verdaderamente importante?
  • Oh, sí, señora marquesa, es tan importante que el propio Victor Hugo lo ha saludado con estas palabras: “Merimée, que es mejor que todos nosotros” (que todos los escritores franceses).

Así que doña Maria Manuela lo invitó, y durante la cena le dijo:

  • Monsieur Merimée, ¿escribirá usted algún libro sobre España?
  • Pero aún no tengo un tema elegido. Me gustaría hacer algo sobre Andalucía y sus personas, con un ambiente trágico y romántico.
  • Pues yo le voy a proporcionar el tema. Precisamente acabo de recibir unas noticias curiosas, pintorescas y dramáticas de un suceso ocurrido hace poco en Sevilla. Un sargento de la guardia de la Real Fábrica de Tabacos, llamado José, estaba enamorado de una joven cigarrera, Carmen. Pues bien, ella lo forzó a desertar y a dedicarse al contrabando, pero después de que el desdichado renunció por amor a su uniforme, a su carrera y a su honor, ella lo abandonó para unirse a un torero de a caballo, de los que llaman “picador”.
  • El picador es un torero subalterno, ¿verdad?
  • Mais non, Monsieur Merimée. Le véritable héros de la fête c’est le picador.

Cuando terminó la cena, Merimée se disculpó y se marchó al hotel a escribir. Sobre la primera cuartilla, en letras grandes, rotuló: CARMEN. El título de la que sería acaso su mejor novela.

Y ya se sabe; cuando una novela triunfa hay que convertirla en opera, como ocurrió con Las Bodas de Figaro, y con Don Juan, y con La Favorita. Los músicos y empresarios de teatro están esperando una buena historia para convertirla en una buena opera. La novela tuvo un éxito clamoroso en Paris y en toda Europa. Era algo más que una novela. Era una nueva definición de España. Ya no se pensaría en el duque de Alba y la guerra de Flandes al nombrar España; se pensaría en Carmen, mujer bravía, contrabandista, y en el amante celoso que la mató a puñaladas al saberse engañado. España de pandereta, de navaja y de vino, con un fondo de corrida de toros en Sevilla. Bizet le puso buena música a Carmen, y a los compases de su “Toreador” representaron a España por más de un siglo.

Doña Maria Manuela, al final, se sentía no sólo madre de la emperatriz Eugenia y de la duquesa de Alba, sino también de Carmen, a la que ella lanzó a la novela y a la ópera, al contar su tragedia en una cena, a aquel escritor y periodista francés que se llamaba Prosper Merimée, “El mejor de todos nosotros”, que dijo Victor Hugo.

 

Texto: Isabel Mª Gómez Gonzálvez. Todos los derechos reservados. Artículo completo y fuentes de información sólo para socios.

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La Casa Colón I: sus comienzos

Hotel Colón 01

La fiebre minera de la segunda mitad del siglo XIX supuso para Huelva capital y provincia una gran afluencia de empleados, directivos, técnicos y trabajadores de las compañías mineras; tanto que entre 1860 y 1890 Huelva aumentó enormemente su población. Pero la ciudad no contaba con infraestructuras de viviendas y plazas hoteleras para satisfacer tal demanda.

En 1864 llegan a Huelva Guillermo Sudheim y Enrique Doetsch, jóvenes alemanes representantes de casas de comercio extranjeras, los cuales fundaron la firma Sudheim y Doetsch. Sus primeros negocios en la provincia provocan la salida a pública subasta de las minas de Riotinto, que fueron adjudicadas al único postor: Enrique Doetsch. Fue éste el germen de la futura Riotinto Company.

Las mejores construcciones de la época fueron promovidas por la Compañía de Riotinto: Hotel Colón, embarcadero de mineral, Barrio de la Reina Victoria, Hospital de la Compañía (hoy desaparecido bajo el Centro Comercial El Corte Ingés)… Cambiaron la fisonomía urbana de la ciudad, y aunque símbolos del colonialismo, eran de gran categoría frente al resto de las edificaciones autóctonas. Como lo hicieron sin idea global de ciudad pues la trama urbana presentó enormes discontinuidades.

Sudheim, a través de sus múltiples actividades como cónsul de Alemania, periodista, banquero, industrial, armador, minero, etc., fue el motor del desarrollo onubense de finales del siglo XIX.

A partir de 1873 comenzaron a llegar a Huelva numerosos directivos, accionistas y técnicos de la Compañía, los cuales se encontraban en una ciudad que carecía de los adecuados establecimientos de residencia. Para dar respuesta a estas necesidades se decidió crear el Hotel Colón (iniciativa de Sudheim). Previamente a la construcción de éste, era necesario dotar a Huelva de comunicaciones rápidas y cómodas. La firma Sudheim y Doetsch traspasa las obras del ferrocarril Sevilla – Huelva a la Compañía de Madrid a Zaragoza y Alicante, la cual inauguró la línea el 15 de marzo de 1880. Paralelamente, desde el año 1876, Sudheim venía trabajando en la idea del ferrocarril de Zafra a Huelva, inaugurándose la línea el 1 de marzo de 1889.

Sudheim ve la posibilidad de aprovechar la celebración del IV Centenario de la primera salida de Cristóbal Colón a América como motivo publicitario para la naciente industria onubense, así como obtener recursos que ayudaran a financiar la costosa obra del hotel, y para impulsarlo crea en 1880 la Sociedad Colombina Onubense. Con el compromiso de Antonio Cánovas del Castillo, a la sazón presidente del gobierno, de celebrar en Huelva loa actos oficiales del IV Centenario si se disponía del local adecuado para ello, y teniendo finalizado el ferrocarril a Sevilla y asegurada la construcción del de Extremadura, se tomó en el año 1881 la decisión de construir el Gran Hotel Colón.

Así que, en agosto de 1881 Sudheim encarga presupuesto y planos al arquitecto José Pérez de Santamaría, el cual concluye su trabajo en octubre. Se envían porteriormente los documentos a Londres donde se someten al dictamen de “una junta de personas facultativas”. Obtenido el visto bueno, en diciembre de 1881 se comienzan las obras en solares propiedad de Guillermo Sudheim, que se prolongaron hasta 1883. El martes 26 de junio de aquel año, a las 8 de la tarde, tuvo lugar el banquete de 200 cubiertos que inauguraba el Gran Hotel Colón de Huelva. La apertura al público se realizó el 1 de julio de ese mismo año bajo la dirección del Sr. Adriow.

El Hotel Colón se construyó sobre una parcela de casi 20.000 m2 que se segregaba de los terrenos que rodeaban la vivienda de Guillermo Sudheim, la cual se hallaba donde se encuantra hoy en colegio SAFA Funcadia. El lugar era muy espacioso pues, aunque limitado por detrás por cerros poblados de viñas y frutales, no tenía al frente más obstáculo que la estación de Riotinto, lo cual no impedía divisar el Estero de las Metas, la Ría de Huelva y los cerros donde se levantaban el Monasterio de La Rábida y Palos de la Frontera. A continuación del Hotel se extendía la carretera de San Cristóbal, hoy Alameda Sudheim, que era el principal paseo de la ciudad sin más edificaciones que la casa de la familia Sudheim.

Así que lo que se construye es un conjunto de cuatro grandes edificios paralelos dos a dos, dejando en el centro un cuadrado de 60 metros de lado destinado a jardín. El edificio principal, que cierra el conjunto por el sur, se situaba a 30 metros de la carretera dejando un vasto parterre para acceso de coches y carruajes. Al fondo de la parcela se formaba un jardín y un bosquecillo. El resto del espacio se destinó a paseos.

El edificio norte, que ya hoy no existe, era el mayor de todos y estaba destinado a los servicios comunes. Muy elevado sobre la rasante, se accedía a él mediante una escalinata de 20 m. de anchura coronada por dos estatuillas que portaban luces eléctricas. A continuación de la escalera, una terraza daba acceso a una marquesina de hierro y cristal que a lo largo de 50 metros recorría todo el edificio, destinándose a gabinete de lectura y café. Esta marquesina era la antesala del gran salón de 50 m. de largo por 14 de ancho y 8 de altura, profusamente decorado e iluminado. Un tabique móvil de madera y vidrio separaba la zona anexa destinada a restaurante público, con acceso directo desde la calle. Adosada al gran salón se situaba una crujía de dos plantas de altura que albergaba en la baja las cocinas y en la alta las habitaciones de la servidumbre femenina, cuarto de costura, ropa sucia, planchado, etc. Bajo las cocinas y parte del salón, se situaban almacenes, cuartos para la servidumbre masculina, conservas, bodegas y depósito de hielo. Aunque fue el edificio que más modificaciones sufrió, motivadas por la realización de aseos en las marquesinas y la separación de las cocinas del conjunto del edificio para hacer posible la ubicación de una tribuna para la orquesta y personalidades. Los techos y paredes fueron decorados por Matarredonda y Cuesta con motivos alusivos al Descubrimiento de América. El restaurante público disponía de una chimenea belga de barro vidriado negro, y tras el restaurante estaban las salas de billar, aseos, comedores de servidumbre.

Al fondo de la parcela, junto a la caseta de bombeo, se situaron las caballerizas y cocheras para los carruajes.

El hotel tenía unas instalaciones relativamente complejas. A la puerta de la verja se situaba la central telefónica. La iluminación del Gran Salón y el jardín se llevaba a cabo mediante luz eléctrica. Las dependencias generales con gas y las habitaciones con bujías. Se disponía de una completa red de agua dulce y salada. El agua dulce provenía de un manantial propiedad de Sudheim, y la salada se canalizaba desde las marismas a través de tuberías de 700 m. de longitud y se utilizaba para tomar baños. El jardín tuvo numerosas fuentes y hasta 39 bocas de riego e incendio. Se ejecutó bajo la dirección de un jardinero alemán de la Escuela Real de Agricultura de Gaisenheim, y se adecuaron para la práctica del criquet y bolos. El jardín central se iluminaba con luz eléctrica mediante cuatro columnas y las dos estatuas. El suntuoso salón se iluminaba con cerca de 200 luces de gas distribuidas entre 3 grandes lámparas centrales y una serie de candelabros colocados sobre las paredes. Todos ellos estaban labrados en bronce crause de Maguncia.

De los 3 edificios destinados a residencia, la capacidad del sotabanco del edificio principal fue de 18 habitaciones con sus correspondiente sala de aseos comunitaria. Los edificios laterales tuvieron 20 habitaciones por planta, así el departamento de familias fue de 15 y el de habitaciones de 80.

El gran salón fue el centro de la vida social de la ciudad, pues en él se celebraban todos los grandes banquetes, recepciones e incluso las sesiones de la Real Sociedad Colombina Onubense.

El IV Centenario del Descubrimiento de América se celebró en Huelva por mediación de Sudheim ante el presidente del gobierno. Aceptado el ofrecimiento por Cánovas del Castillo, el hotel necesitó de algunas modificaciones más, para tener una mayor capacidad de alojamiento y a mejorar los espacios de reunión y jardines. El bosquecillo situado al fondo de la parcela se sustituyó por una serie de paseos ajardinados, levantándose en el centro un velador de orquesta al aire libre. En el edificio principal incluso se podían alquilar habitaciones sueltas que albergaban de 1 a 3 camas. Incluso se habilitó una sala en la que se contrataban camas sueltas. El gran salón también se amplía a costa del restaurante público, lográndose una capacidad para 1000 personas.

Los actos conmemorativos se celebraron entre el 3 de agosto y el 12 de octubre de 1892. Durante todo ese periodo se celebran fiestas, bailes, conciertos, etc. Las personalidades que en esos actos llega a albergar son: Antonio Cánovas del Castillo, el Ministro de Marina, los representantes de las Repúblicas Americanas, jefes y oficiales de la Armada, eruditos del Congreso de Americanistas, senadores, congresistas, periodistas, etc. El 2 de agosto se celebró la velada literaria que anualmente convocaba la Sociedad Colombina Onubense, a la cual asistió Gaspar Núñez de Arce. El baile celebrado a continuación abrió oficialmente los actos conmemorativos.

La clausura de los actos la realiza la Reina Regente María Cristina la noche del 11 de octubre de 1892, al cerrar el Congreso de Americanistas, al cual asistieron más de 2000 especialistas. Por el brillante éxito obtenido en los festejos y para premiar la actividad de Sudheim al frente de la comisión organizadora, El Ayuntamiento de Huelva acuerda acondicionar como paseo público y dedicarle su nombre a la calle que discurría delante del Hotel (la actual Alameda Sudheim).

Hotel Colón 02

Texto: Belén María Santos Sánchez. Todos los derechos reservados. Artículo completo y fuentes de información sólo para socios.

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El Rocío. Tres claves históricas.

Uno de los hechos que más llaman la atención en el fenómeno rociero es su éxito internacional. E inquieta conocer la clave para que la devoción a la Virgen del Rocío haya irradiado, desde temprano, con una fuerza muy por encima del resto de devociones comarcales. Tarea poco fácil, pues El Rocío es una de las realidades antropológicas y sociales más difíciles de comprender y explicar por los numerosos prismas que presenta. Prismas todos abordables, y no siempre objetivos.

En mis exposiciones siempre intento reseñar algunas claves objetivas en orden cronológico que, una vez entendidas en su totalidad, ayudan a comprender todo esto. Y, ojo, para nada estoy diciendo que den la solución; ni pretendo darla.

Clave 1ª: la ubicación:

Ya en la Edad Media, se conocía como “camino viejo de la mar” a la ruta Niebla – Sanlúcar de Barrameda, las dos sedes feudales, un camino muy transitado que se aprovechaba para darle salida a los productos del hoy llamado Condado de Huelva. Aquella ruta discurría por el interior de la actual Doñana. Alfonso X tomó la taifa de Niebla en 1262, y, al igual que hiciera su padre Fernando III con el Reino de Sevilla, la cristianizó mediante la promoción de la fe a Santa María. Ambos sembraron un buen saco de semillas marianas que hicieron germinar la “Tierra de María Santísima”. Una semilla en cada pueblo, en cada cruce de caminos… y una de tantas fue a caer precisamente a mitad del camino antes mencionado, toda una autovía de la época. La elección del lugar, a 3 leguas de Almonte y no en su mismo casco urbano, no fue arbitraria. Una villa puede ser una célula (que muchas hubo y hay), pero un camino de tal afluencia es toda una arteria por la que la sangre fluye.

Clave 2ª: la unión comarcal:

En el XVII, la entonces conocida como Santa María de las Rocinas era venerada por los ganaderos y campesinos del entorno de Doñana, que la escogieron como símbolo de unidad frente al poder señorial de la Casa Medina Sidonia, en un contexto de tensión y disputas por el uso de la tierra. Por ejemplo, el pastoreo en los límites del coto de caza. Los ganaderos tenían como norma no introducir sus reses en la dehesa boyal durante el verano, para que encinas y alcornoques pudieran producir sus bellotas sin la perturbación de los animales. El día de San Pedro era el último día que se podía hacer, y de ahí la celebración de la Saca de las Yeguas en esa fecha. El derecho de uso lo tenían desde el otoño hasta este inicio de verano. Pero el cumplimiento de las normas no siempre se respetaba correctamente, y los conflictos entre parte y parte eran habituales.

La casa ducal era muy devota de la Virgen de la Caridad, Patrona de Sanlúcar de Barrameda (sede del ducado) desde que así lo decidiese el VIII Duque, Manuel Alonso Pérez de Guzmán, en 1618. Un patronazgo extendido a todas sus villas, aunque éstas debían ratificarlo. Se trataba de otra forma de los duques de imponer autoridad, en este caso, desde el prisma religioso. Ante lo cual respondieron los pueblos subyugados mediante unión en torno a la devoción marismeña, germen de las futuras hermandades. Era todo un comportamiento de rebeldía, una forma religiosa y popular de posicionarse. Y para fortalecer la postura, nada mejor que proclamar Patrona de Almonte a aquella Virgen que cuida de los ganaderos y campesinos, en contra de los deseos ducales.

La proclamación del patronazgo de Santa María de las Rocinas se produjo el 29 de junio de 1653, durante la función anual en honor a San Pedro, Patrón de Almonte. La Virgen estaba en la parroquia tras haber sido trasladada por rogativa ante sequía. Aprovechando su presencia, se materializó su proclamación como Patrona, lo que supuso toda una osadía ya que la misa estaba promovida por la casa ducal, dueña de la villa. Se estableció la fiesta de las Rocinas para el 17 de septiembre, antigua fecha del Dulce Nombre de María. Habrá que esperar casi 20 años más para su establecimiento en Pentecostés.

Al ser Santa María de las Rocinas protectora del ganado y el campo, los colectivos de ganaderos y campesinos fueron desde siempre sus principales devotos, ambos articuladores tanto del pueblo almonteño como de las villas vecinas. La invocaban especialmente ante calamidades de tipo ambiental, como sequías. Debido a la distancia entre la villa y la ermita (3 leguas = 15 km.), eran frecuentes sus traslados al pueblo para rogativas. Su ubicación en las tierras de Doña Ana de Silva y Mendoza, esposa del VII Duque Alonso Pérez de Guzmán, facilitó que la devoción no se restringiera únicamente a la villa de Almonte, sino que se extendiera a toda la comarca, afianzándose la Virgen en ese nexo de unión campesina frente a la casa ducal. Recordemos que estamos a mitad de una de las principales puertas de Europa entre los siglos XVI y XVII.

Clave 3ª: la fecha:

La palabra “rocín” se aplicó hasta el siglo XVII a un caballo de campo útil para la labor. Las ganaderías se instalaban en los aledaños de la ermita, por lo que la virgen era la protectora de los rocines y rocinas, de las reses, los ganaderos, y el sector en sí. Ella era la Pastora de los rebaños, la que recibe culto en el sitio de las Rocinas = de las Yeguas. No obstante, a la Virgen se la conocía indistintamente con tres nombres:

  • Remedios: advocación medieval de culto protector en ermitas extramuros.
  • Rocinas: topónimo del lugar donde se practica dicho culto.
  • Rocío: lluvia o humedad que se le ruega ante sequías.

 Para ilustrar, valga el acta municipal del patronazgo, que reza: “Ntra. Sra. del ROCÍO, amparo y REMEDIO de esta Villa”.

De los tres nombres, se fue imponiendo de manera gradual el de Rocío, hasta su definitivo uso oficial por parte de la Iglesia cuando la festividad se pasó del Dulce Nombre a Pentecostés en 1670 por estrategia comercial: a final de verano coincidían muchas fiestas en los pueblos de la comarca, por la vendimia, que debían competir por la captación de público. Cosa que no ocurría al final de la primavera (las muchas romerías actuales de primavera han surgido en época moderna). La iglesia necesitó una justificación teológica para el cambio de fecha, y aprovechó la boyante nomenclatura de Rocío en tanto que se puede relacionar con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero hay que dejar claro que es un nombre nacido de la devoción popular, no del estamento eclesiástico.

El rocío hace referencia a la rociada de la mañana que cubre al campo y a los animales. Además, la palabra rocío pertenece a la misma familia léxica que rocina, con lo que la evolución lingüística queda bien justificada:

  • Rocín – rocina: caballo de campo y su yegua.
  • Rocinal: espacio campero destinado a este ganado.
  • Rocío: humedad matinal que caracteriza a estos animales y les da nombre.

Precisamente la falta de lluvia, la sequía, fue el principal motivo de los traslados de la Virgen a Almonte que desde el s. XVII se tienen documentados, intercalado o incluso compartido con el motivo de la peste (casi siempre cólera morbo). Eran, por tanto, traslados sin periodicidad, motivados por las circunstancias. Hubo periodos incluso de traslados anuales. Recordemos que la proclamación del patronazgo se produjo en la Parroquia de la Asunción con la Virgen presente. Como nota anecdótica, uno de ellos se realizó en el año de 1700, ¡y llovió!

Conclusión:

Durante el Antiguo Régimen se fue cociendo a fuego lento una mágica receta a base de ingredientes como la fe, la tradición, la fiesta, la devoción, la identidad; entre otros. Y en la forma de cocinarlos fueron determinantes: la ubicación estratégica, la unión de los pueblos vecinos, y una fecha de celebración propicia. Luego vendría todo lo demás.

Aún faltaría mucho más durante las centurias posteriores, como el poyo de los Montpensier en la España liberal, la coronación canónica de 1919, la bendición del nuevo santuario en 1969, y un buen puñado de acciones que indiscutiblemente han añadido valor. Pero ya a principios del siglo XX, El Rocío se había convertido en una caja de fuegos artificiales bien preparada para explotar en júbilo, y no es menester en este artículo seguir desgranando las épocas moderna y contemporánea teniendo en cuenta que mi objetivo era dar únicamente algunas claves de carácter histórico para comprender cómo se logró llegar a una de las devociones más potentes del Cristianismo. Aquí, en nuestra bendita tierra.

Venida 2019 en imágenes:

A modo de ilustración, me gustaría compartir contigo parte del reportaje fotográfico que realicé durante la mañana del pasado 20 de agosto en Almonte, Venida de la Pastora 2019. Sólo tienes que clicar aquí: ROCÍO 7.

 

Texto: Antonio Maestre. Imágenes: Alvantonio Artística. Todos los derechos reservados. Artículo completo sólo para socios.

 

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Olhão, la ciudad de la Restauración y las leyendas

La hermosa ciudad de Olhão es el resultado de la perseverancia y espíritu independiente de sus gentes marineras. Contra la voluntad de las autoridades de Faro, se empeñaron en convertirla en uno de los mayores puertos pesqueros y conserveros del Algarve. La Ría Formosa se adapta a la perfección a esta actividad: es un sistema de islas barrera que comunica con el océano a través de seis ensenadas, 5 de ellas naturales y con características móviles. La sexta es una ensenada artificial para permitir un acceso más fácil al puerto de Faro. Es a su vez un parque natural en el que paran cientos de aves en los periodos de migración en primavera y en otoño, pero con aprovechamiento humano, esencial para la economía de la región y de una enorme importancia estratégica.

La antigua Villa de Marim parece ser el origen de Olhão, y el topónimo se puede deber a la existencia de un potente manantial de agua dulce (“olho de água”: ojo de agua o naciente). Parece ser que dicha antigua Villa de Marim se convertirá, a partir del s. XIII, en un próspero emplazamiento agrícola gracias a la abundancia de agua de sus manantiales. Terminada la Reconquista, se produce un incremento de la población. Para proteger la única entrada a la Ría Formosa de los ataques de piratas, el rey D. Dinis manda construir la Torre de Marim en la Barra Velha.

La abundancia de agua da pie a la leyenda de La Mora de Marim, que cuenta la historia de la bella hija de un moro rico, pretendida por todos los muchachos de la zona. Uno en especial, ponía gran empeño en seducirla, ya que ni una sola noche faltaba de acudir a su ventana para cantarle su amor. Al padre de la joven le desagradaban todos los hombres que se acercaban a ella, pero especialmente aquél que con tanta obstinación la cortejaba. Y más cuando veía que ella respondía, ilusionada, a sus encantos. Viendo que nada les hacía desistir, concibe un plan: Marim era árido y estéril debido a la falta de agua, así que decide someter al muchacho a una prueba imposible de superar: llevar a los pies de su castillo, en una noche, toda el agua del naciente de la “Fonte do Canal”. Escucha el padre de madrugada una cascada precipitarse cerca del castillo, inundando sus terrenos. Disgustado por tener que cumplir con su promesa, precipita a su hija, en brazos de su amado, al abismo. Desde entonces, se les puede ver a medianoche pasear por la Quinta, abrazados, cantando su tonada favorita. No es que estén encantados, sino que Alá no podía consentir que dos almas enamoradas desapareciesen de la faz de la tierra. Así cuenta una de esas leyendas que forman parte del imaginario popular, cómo llegó el agua a Olhao.

Desde el s. XVI hasta 1840, permanece instalada la almadraba que reunirá a una población flotante de pescadores de Faro. En los meses de marzo, abril y mayo se alojaban en chozas de madera de cañas y paja, en la rivera, donde hoy en día está la zona antigua de la ciudad. Desde entonces, el incremento de la población será constante y justificará la construcción en los s. XVII y XVIII de la fortaleza de San Lorenzo, la Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, y en 1715 la casa del marinero João Pereira, primeros edificios sólidos autorizados por el poder político de Faro, que nunca vio con buenos ojos ese desplazamiento paulatino de pescadores hacia Olhão.

El Marqués de Pombal, durante una actualización del censo, se da cuenta de que Olhão es una ciudad que crece gracias al esfuerzo y la constancia de sus pescadores y marineros, sin la aportación de los nobles ni de los ricos burgueses. Esforzados hombres de mar a los que se les niega tanto la autonomía administrativa como el derecho a construir simples viviendas. Finalmente, y con la enconada oposición de Faro, el rey José I autoriza la separación de la “Cofradia do Corpo Santo de Faro” y la creación, a su costa, de su propia cofradía, el Compromiso Marítimo, que se erige en 1771.

Llegará después la guerra contra Napoleón, en la que Olhão tendrá un papel decisivo, ya que fue la resistencia que opusieron sus habitantes a la ocupación la que provocó la respuesta masiva de los portugueses, llegando así a la liberación del país del yugo francés. Su valentía les empujó a cruzar el Atlántico a bordo del “Bon Sucesso” y en condiciones muy precarias para comunicar al rey Juan VI que podía regresar de Brasil, donde la corte se había exiliado durante el conflicto. Este hecho fue determinante para la definitiva independencia administrativa de Olhão, concediéndole el rey ciertos privilegios y declarándola como “Vila da Restauração”.

A partir de entonces, la ciudad no para de prosperar: creación del que será el mayor puesto aduanero del Algarve, creación de la Capitanía del Puerto, de un Tribunal Judicial… Además, se amplía el espectro comercial a territorios lejanos como Rusia, Oran, Cerdeña… Este despliegue de actividad llevará a muchos olharenses hacia Marruecos.

La influencia morisca de la arquitectura local se hará patente a lo largo del s. XIX, debido al tipo de construcciones en forma cúbica, de paredes encaladas y coronadas de amplias terrazas donde secar el pescado, por lo que se la denominó “vila cubista”. Hecho curioso, puesto que nunca se han encontrado vestigios de asentamientos árabes durante el periodo islámico.

La primera fábrica de conservas nació en 1881, y unos veinte años después Olhão ya tenía más de 80. Aunque las crisis sucesivas reducen el número de industrias conserveras, hoy en día siguen siendo esenciales para la economía de la ciudad.

Los visitantes disfrutan de una atractiva ciudad, con sus callejuelas y sus hermosos mercados inaugurados en 1916, y por supuesto, el entorno natural donde ir a disfrutar de la playa en las Islas de Armona, Fuzeta, Farol, etc. Además del uso turístico, la actividad del puerto y las granjas de mariscos como la almeja fina son recursos económicos a destacar. Una ciudad para descubrir y para saborear, perdiéndose en su historia, en su peculiar arquitectura y en sus múltiples leyendas.

Olhao - Vero 02

Olhao - Vero 01

Verónica Manaut Martínez. Artículo completo sólo para socios.

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La Merced en Huelva

Reseña histórica:

La Merced 01

La Iglesia de la Merced se construyó en estilo renacentista y finalmente desembarcó en el barroco actual con ciertos componentes coloniales y conventuales. Su construcción la ordenó en 1605 Don Alonso Pérez de Guzmán, VII Duque de Medina Sidonia y Señor de Huelva. Él ordenó la fundación del convento para monjes mercedarios mescalzos, dedicados a la asistencia espiritual, rescate de cautivos y a la enseñanza. Además de en Huelva, también se establecieron en otros dos conventos de la actual provincia onubense: Cartaya y Ayamonte.

Las obras principales de la iglesia terminaron en 1615. Casi cien años más tarde (1714), el estado ruinoso del edificio era importante y se agravó con el Terremoto de Lisboa de 1755. A partir de esta fecha se inició un proceso de reconstrucción destruyéndose gran parte de las dependencias y aprovechando los muros primitivos. Bajo proyecto de Pedro de Silva, ya en puro estilo barroco, se erigió el nuevo templo, encargándose de las obras Ambrosio de Figueroa, y a su muerte en 1775, las continúa Francisco Díaz Pinto. Esta reforma, que conformaría el aspecto actual de la Iglesia de la Merced, duró hasta bien entrado el siglo XIX.

La desamortización de Mendizábal motivó que en diciembre de 1835 estuviera ya disuelta la comunidad, y el convento pasó a manos de la Diputación Provincial, organismo que se encargó de reanudar sus obras (acabándolas en 1877). La iglesia siguió abierta al culto y el convento sirvió como instalaciones militares desde 1844. A partir de 1861, alojó a un Instituto de Segunda Enseñanza y Escuela Normal de Maestros.

En la última década del siglo XIX se llevan a cabo retoques y se concluye el proyecto decorativo del interior, manteniendo el estilo barroco como predominante del conjunto. En 1915, ante la falta de campanas en la iglesia que convocasen a los actos litúrgicos, se levantaron sobre las inacabadas torres laterales de la fachada principal las actuales espadañas de doble cuerpo de inspiración colonial.

Durante el siglo XX, el edificio conventual también albergó la sede de la Diputación y del Instituto General Técnico, y sirvió como Hospital Provincial, alzando para este uso sanitario un tercer piso en 1957.

En 1953, la iglesia alcanzó el rango catedralicio al crearse la Diócesis de Huelva. Se eligió la Iglesia de la Merced como “Nueva Catedral” y esto conllevaría la adaptación del presbiterio para las nuevas necesidades litúrgicas.

El 28 de febrero de 1968, la reciente catedral sufrió daños por un seísmo, y tres años más tarde se cerró al culto para comenzar las correspondientes obras de restauración bajo la dirección del arquitecto Rafael Manzano Martos, que finalizarían en 1977. Para entonces ya había sido declarado Monumento Nacional en 1970.

En cuanto al convento, en 1991 concluyeron las obras de adaptación para la Universidad de Huelva, proyectadas por los arquitectos Miguel González Vilches y Guillermo Muñoz. Actualmente es la Facultad de Empresariales y Turismo de la Universidad de Huelva.

Fachada principal:

La Merced 02

De estilo barroco, ladrillo revocado, y organizada en tres cuerpos. El inferior juega el papel de zócalo y contiene la puerta de entrada al templo, con arco de medio punto enmarcado por dos pares de pilastras a cada lado y con óculos cuatrilobulados. Sus laterales llevan un óculo de forma semicircular.

El segundo cuerpo está concebido como un gran retablo de hornacinas que en 1978 fueron decoradas con esculturas de León Ortega en barro cocido: Virgen de la Merced, San Leandro y el iliplense San Walabonso.

El tercer cuerpo sigue el mismo esquema del anterior, sustituyendo la hornacina central por una ventana rectangular. Y en las hornacinas laterales, también en barro cocido, las esculturas de Santa María y el Beato ayamontino Vicente de San José.

El tramo central de la fachada se remata con balaustrada sobre cornisa, en cuyo centro está una espadaña con ménsulas laterales, modelo que se vuelve a repetir en las espadañas laterales que sí llevan campanas.

El tramo lateral del segundo y tercer cuerpo lleva alternancia de un vano rectangular y unos óculos ovalados y circulares.

Interior:

La Iglesia es de planta basilical con tres naves de cinco tramos y crucero, la central más ancha y alta que las laterales, y cubierta con bóveda de cañón y lunetos reforzados con arcos fajones. Las tres se separan mediante arcos formeros de medio punto apoyados sobre pilares cruciformes de vértices redondeados. Sobre los arcos se sitúan balcones, a modo de tribunas, cuyos frentes se encuentran decorados con motivos mixtilíneos. Entre los arcos formeros y adosadas al muro se levantan pilastras cajeadas de capiteles corintios.

En la zona superior, una cornisa volada, apoyada sobre una línea de ménsulas, recibe el empuje de la bóveda. La zona superior del primer tramo de la nave central se encuentra ocupada por el coro, cuyas tribunas laterales avanzan hacia la nave apoyándose falsamente sobre capiteles corintios.

Adosado al segundo pilar izquierdo, en la nave central, se ubica el púlpito. Está realizado en madera, con decoración pictórica representando a los mártires beatos Jacobus de Soto, Sancius de Aragón y Juanes de Santa María.

Las naves laterales se cubren con bóvedas de arista, y en sus muros perimetrales se ubican retablos dieciochescos en madera tallada, dorada y policromada. En la nave del Evangelio se hallan los de San Antonio Abad, Nuestra Señora de la Merced, y el Santísimo Cristo de Jerusalén y Buen Viaje. En la nave de la Epístola se ubican de San Roque, el Sagrado Corazón de Jesús, y el de San José.

El crucero presenta elegante cúpula semiesférica sobre tambor y linterna superior, que descansa sobre pechinas, las cuales muestran decoración pictórica compuesta de medallones en cuyo interior se representan a Santa Catalina, San Lorenzo y dos santos mercedarios. El tambor se compone de ventanas rectangulares decoradas con perfiles mixtilíneos, entre dobles pilastras de capiteles compuestos.

El presbiterio tiene planta rectangular. Su testero, plano, se encuentra cubierto en su zona inferior por la sillería del coro de los canónigos. En la parte superior, entre columnas de fuste estriado y capitel compuesto, se abre el camarín que alberga la imagen de Nuestra Señora de la Cinta, atribuida a Juan Martínez Montañés hacia 1610.

En el muro frontal del brazo izquierdo del crucero se ubica el retablo de Nuestra Señora de los Dolores.

Las dos calles laterales presentan pequeñas hornacinas que cobijan las imágenes de Santa Catalina y San Lorenzo. Las tres calles terminan con entablamento superior movido que da paso al ático. Éste presenta en su interior un crucificado flanqueado de amplias molduras sinuosas y entablamento superior coronado con penacho. El conjunto se decora con ángeles que portan símbolos de la pasión y rocallas que enmarcan escenas pictóricas sobre la vida de Jesús. En el muro frontal del brazo derecho del crucero se encuentra el retablo de Nuestro Padre Jesús de las Cadenas.

María Méndez Catalán. Artículo completo sólo para socios.

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Sobre la Casa Colón y sus jardines

El hotel:

El Gran Hotel Colón fue construido entre 1881 y 1883 como hotel de lujo para altos directivos de las compañías mineras que operaban en Huelva. Uno de sus promotores fue Guillermo Sundheim, quien encargó el proyecto al arquitecto José Pérez Santamaría.

Sundheim creyó que Huelva llegaría más lejos en su desarrollo de lo que al final sucedió. Pensó que el motor minero la situaría como una de las grandes capitales del sur de Europa. Evidentemente, se equivocó. Como prueba de sus expectativas, el alemán promovió las líneas de ferrocarril que nos unirían con Sevilla y Extremadura, y que finalmente nunca han sido rentables. Aquel mago de los negocios convenció a la RTC, encabezada entonces por su presidente Hugh Matheson, de la construcción del pretendido mejor hotel de Europa. Para gestionarlo, crearon un consorcio denominado Huelva Hotel Company.

Alfonso XII visitó Huelva en marzo de 1882, y apunto estuvo de alojarse en el hotel de no haber estado aún en obras. Así que pernoctó en un buque de la Armada anclado en la ría. Quienes sí se alojaron en el hotel fueron su segunda esposa, la consorte María Cristina de Habsburgo-Lorena, y su hijo y heredero, Alfonso XIII. Vinieron para presidir la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América en octubre de 1892, coincidiendo con el periodo de regencia de la madre por la minoría de edad del hijo.

Pero esta visita regia se produjo en periodo de crisis del consorcio hotelero. Huelva no se desarrolló como Sundheim soñó, y el hotel resultó insostenible. Así pues, sólo dos años más tarde, en 1896, tras poco más de una década como hotel, el edificio tuvo que ser reconvertido en residencia para directivos de la RTC, con la nueva nomenclatura de Casa Colón. Siguió siendo propiedad de la Compañía (e incluso no perdió su calidad como referente en Huelva para los británicos) hasta que ésta se lo vendió al Ayuntamiento en 1986. Fue entonces, en su adaptación para Palacio de Congresos y Exposiciones, cuando desgraciadamente se derribó el pabellón norte.

La traza del hotel es ecléctica: inspiración británica, colonial, modernista… con detalles como la fuente victoriana del centro de los jardines y el anagrama de la RTC en los trabajos de forja, entre otros. El conjunto lo formaban cuatro edificios de grandes dimensiones en torno al jardín, aunque hoy sólo conservamos tres de los originales: Casa Grande (recepción, salón de chimeneas, suites) y los dos pabellones de Poniente y Levante (habitaciones dobles e individuales). El desaparecido Pabellón Norte (servicio, cocinas, restaurante, biblioteca, billar…) fue sustuido por el actual auditorio.

La iluminación:

La iluminación era de gas en los pabellones laterales, al igual que la calefacción, pero eléctrica en las zonas comunes y las suites, hecho que convirtió a este edificio en el primero de la ciudad con luz eléctrica. Esta iluminación, último grito tecnológico entonces, estaba llegando en aquellos mismos primeros años de los 80 del XIX a las calles de ciudades como Nueva York, Londres, o París. De hecho, fue su conocimiento y uso por los británicos lo que posibilitó su tan rápida llegada a Huelva a través del Hotel Colón. Y sólo allí dentro la pudieron disfrutar sus huéspedes de forma privada durante una década, pues ya en los 90 se electrificaron las primeras calles de la ciudad.

Los jardines:

 Se diseñaron con especies desconocidas entonces en Huelva traídas de otros lugares del mundo, algunos de ellos colonias inglesas, y combinadas con flora local. El centro lo preside la Fuente de los Tritones. Veamos algunas de las plantas que aún perviven, muchas de origen tropical:

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Araucaria: conífera proveniente de la Araucanía, Chile. Los primeros piñones fueron traídos a Europa por los ricos comerciantes de Indias. Los sembraron en sus propiedades, de forma que durante la primera etapa de la colonización americana, estos árboles fueron chivatos de viviendas de pudientes. Hasta que la naturaleza y el tiempo las popularizó. Pueden llegar a los 80 metros de altura.

Pimienta rosa o roja: también proveniente de Sudamérica, este árbol de porte mediano y ramas colgantes desprende el olor típico de la pimienta cuando frotamos sus hojas, y que no gusta nada a los mosquitos, por lo que desde antiguo se usa como repelente. Está muy distribuido en jardines y parques de las zonas cálidas de España.

Drago de Canarias: su savia, tan roja que parece sangre (“de dragón”), es medicinal. Aunque lleve al archipiélago español en su nombre, es propio de Marruecos. Su crecimiento es lento: aproximadamente un metro cada 10 años. Teniendo en cuenta esta fórmula, ya podemos calcular la edad de los dragos de la Casa Colón.

Costilla de Adán: la monstera es una de las clásicas en los arriates andaluces, aunque proviene de las selvas tropicales mejicanas. En Andalucía se popularizó como planta puramente decorativa, sobre todo la variedad deliciosa, sin haberle dado importancia a su fruto comestible. No obstante, la variedad que encontramos en la Casa Colón no es la popular costilla de la mayoría de los arriates, sino otra variedad de hojas no tan lisas y más caprichosas.

Naranjo amargo: muy popular en Andalucía como árbol ornamental; un clásico de nuestras calles. Es bien sabido que sus naranjas no son comestibles (a excepción de la mermelada británica), pero a veces hay visitantes curiosos que se atreven a meterse alguna en la boca. Para que no cometan el error, podemos enseñarlos a diferenciar el naranjo amargo del dulce con sólo observar su hoja: la del amargo tiene un corazón en su brote; como si le hubiera dado miedo nacer. Amago que la hoja del dulce no presenta o tiene muy poco desarrollado.

Palmeras datilera vs washingtonia: la datilera es la del tronco acuartelado como panal (señales de las viejas palmas), aquélla que llenó las calles de Huelva por miles antes de ser pasto del picudo rojo. La washingtonia es la que la ha sustituido conforme ha ido pereciendo por culpa del temido bicho, de tronco más liso y palmas de abanico similares al palmito. El crecimiento de esta última es más rápido que el de la primera.

No soy experto en botánica; y me faltarán plantas y árboles por nombrar. Con esta humilde aportación sólo prentendo regar con algunas gotas el valor de uno de los inmuebles más emblemáticos de Huelva. E intentar que, cuando entres, te pares más de lo habitual en observarlo y comprender su esencia.

Antonio Maestre González. Artículo completo sólo para socios.

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¿Sabías que… la Riotinto Company fue conocida como «La Sin Rostro»?

   Desde la llegada de la Río Tinto Company Limited, la población de la Cuenca Minera se acostumbró a denominarla “La Compañía”. En vez de escudos nobiliarios u otros vestigios de antiguos vasallajes, se veía por todas partes el emblema con las iniciales RTCL; otra forma de ser los dueños y señores, como si de nobles medievales se tratase.

   Según cuenta Cobos Wilkins en La Huelva británica, la Compañía no tenía rostro. Antes de su llegada, la gente conocía al que los contrataba, sabían quien era, donde vivía, de qué familia venía… Sin embargo, aunque existían los encargados, los capataces, los jefes, nadie ignoraba que por encima de ellos había otros personajes en la sombra, a los que no tenían acceso: «El trabajador de a pie sabía que le estaban vedados los rostros últimos de esta trama, la faz definitiva de una escala de intereses que se perdía en alturas y, a la que él, desde las tierras del Tinto, no tenía acceso” (Juan Cobo Wilkins, La Huelva británica).

   La Sin Rostro controlaba absolutamente todo lo que acontecía hasta el punto de saber quién tenía perro y si los ataban a las puertas, los árboles o las rejas… Controlaba la salud, la educación, la religión, la alimentación, las pensiones de jubilación y el futuro de los hijos; la vida y la muerte. Y además, estaba al tanto de las tendencias políticas de sus empleados… Como muestra, un botón: la sirena y los estruendos de los barrenos, cuya onda expansiva hacia temblar paredes y techos, marcaban las horas del día, pues las voladuras y detonaciones solían realizarse a horas fijas. Y si alguna vez se retrasaban, la gente se extrañaba. También regía las horas con puntualidad inglesa el silbido familiar de los trenes, ferrocarriles mineros que marcaba el ritmo de los quehaceres diarios con su precisión británica.

   Escribe Cobos Wilkins: “De cuando Riotinto eran dos personas distintas, españoles e ingleses, y un solo dios verdadero: La Compañía».

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Verónica Manaut Martínez

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¿Sabías que… los británicos pagaron las Minas de Riotinto con cofres de oro?

   El 14 de febrero del año 1873 se firmó la concesión de las Minas de Riotinto al consorcio británico Río Tinto Company Limited, tan sólo 72 horas después de proclamarse la I República. La suma estipulada para dicha venta fue de 92.800.000 ptas, salvándose la precaria situación de las arcas del Estado. La RTCL se convertirió así en la propietaria de suelo y subsuelo, y de sus productos. Además, se incluye la concesión de una licencia para el establecimiento de vías férreas que comunicarían los distintos puntos de carga y descarga de minerales y transporte de operarios.

   Para proceder al pago inicial estipulado en el contrato, partió de París un transporte terrestre con los cofres conteniendo el tesoro, custodiado por un agente de confianza de la Matheson & Company. La situación de inestabilidad política y social que reinaba en España, hacía de este viaje un proceso de alto riesgo. Sobre todo teniendo en cuenta que aquellos cofres albergaban una fortuna codiciada por cualquiera: 422.680 libras esterlinas en el más preciado metal: el oro.

   Desde ese momento y desde su llegada a la zona minera, la RTCL impondrá su criterio en casi todos los aspectos de la vida de sus habitantes. Hasta las decisiones políticas pasaban por su control y aprobación. Los largos tentáculos de la Compañía llegan lejos. Con prebendas, pequeñas concesiones y privilegios, van llevando a su terreno a políticos y representantes de la Iglesia, tejiendo un entramado de influencia que tendrá profundas consecuencias. Algunos detalles que ilustran aquel poder fueron: el hecho de que dos concejales de Nerva no pudiesen jurar su cargo sin la aprobación de la RTCL, o que fuesen desapareciendo de Riotinto los bares por que la vigilancia llegaba a evitar la concentración de personas que pudiesen conspirar contra su dominio, o que ya no se escuchase cantar flamenco o que ya no se celebrasen romerías ni ferias al estilo andaluz, ni corridas de toros… Una pérdida de identidad que tendría más tarde sus consecuencias.

Riotinto - Helena wb

Verónica Manaut

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¿Sabías que… la Casa Colón fue el primer edificio onubense con luz eléctrica?

El Gran Hotel Colón fue construido entre 1881 y 1883 como hotel de lujo para altos directivos de las compañías mineras que operaban en Huelva. Su propietaria, la Riotinto Company, encargó el proyecto al arquitecto José Pérez Santamaría. La iluminación era de gas en las habitaciones (lo propio durante el s. XIX), pero eléctrica en las zonas comunes, hecho que convirtió a este edificio en el primero de la ciudad con luz eléctrica. Aquella entonces novedosa iluminación estaba llegando en los primeros años de los 80 del XIX a las calles de ciudades como Nueva York, Londres, o París. De hecho, fue su conocimiento y uso por los británicos lo que posibilitó su tan rápida llegada a la colonizada Huelva a través del Hotel Colón. Y sólo allí dentro la pudieron disfrutar sus huéspedes de forma privada y en exclusiva durante una década, pues ya en los 90 se electrificaron las primeras calles de la ciudad, y la magia pasó a ser objeto de disfrute para todos.

Se dice que en España, la primera ciudad con alumbrado público eléctrico fue Comillas (Cantabria) en 1881, gracias a una visita de Alfonso XII por invitación del I Marqués de Comillas, Don Antonio López y López, ambos unidos por una buena amistad. Como el rey iba a pasar allí el verano, la ciudad debía ser digna de la realeza, y para ello la adecentó incluso con el último grito en iluminación. Aquel mismo año en que el Gran Hotel Colón de Huelva plantaba sus cimientos.

Huelva, Fuente de los Tritones wbGrupo María Núñez wbGrupo Mª Isabel Roldán wb

Texto y fotografías: Antonio Maestre. Fuentes: conocimientos personales, revista «Historias de nuestra Historia», web del Ayuntamiento de Comillas, periódico Huelva Información.

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